"Yo quiero ser como mamá". - Marta López Nazco

“Yo quiero ser como mamá”. Eran las palabras que más salían de mi boca cuando era pequeña, o eso solía decir mi padre cuando hablaba con orgullo de mí.  Y mamá también sonreía al escuchar como lo decía. Ella estaba encantada de que yo quisiera dedicarme al deporte de manera profesional.  Si yo pude hacerlo fue porque, en su época, ella fue la que abrió la puerta a toda mujer que amara el tenis como ella lo hacía.

Charlotte Cooper. Chattie, para todos los que la vieron crecer pegada a una raqueta. ¡Cuántas veces tuvo que escuchar mamá que sus sueños de jugar al tenis eran solo eso! Absurdos sueños… Pero ella no se dejó vencer, siguió creciendo, mejorando… Y tenía 23 años cuando consiguió su primer título absoluto.

Por aquel entonces, el deporte era algo dominado por una supremacía masculina que ella catalogaba como absurda. Ella sabía que era válida, y aunque su oportunidad llegó tarde, cuando la pudo agarrar, no la soltó. Se aferró a ella.

Cuando el año 1900 llegó, y en los Juegos Olímpicos pudieron empezar a participar mujeres, mamá no tuvo ninguna duda en dar el paso. Pero como todas las primeras veces, sobre todo en un tema tan masculinizado como era el deporte, las voces discrepantes parecían escucharse muchísimo más altas.

Pero ella, entonces, sostuvo fuerte su raqueta por primera vez en Wimbledon. Ganó la final cinco veces, y llegó a ser subcampeona seis. Yo crecí admirándola, soñando con ser como ella.  Tan alta, tan esbelta y elegante, como un golpe tan certero, tan sutil y fuerte a la vez que era magia. Ella solía regalarme sus pelotas cuando ganaba, pero también cuando perdía. Aprendí que todas tenían el mismo valor, porque reflejaban lo mismo: que las mujeres también podemos llegar lejos en el deporte, y en todo lo que nos propongamos. Ella rompió los roles de golpe, primero en la ciudad en la que vivíamos, y luego en el mundo. Fue una pionera, pero no solo para mí, sino en gran escala. Tal y como ella se merecía.

Yo también quise intentarlo. Pero me encontré con muchas dificultades y barreras… Aunque mamá siempre estaba allí. Me sentía como si flotara en los brazos de mamá.  Como si ella me sostuviese y yo no pesara nada, como una pluma. Y ella fue derribando uno a uno todas mis dudas, todas las puertas que se me iban cerrando. Me hizo disfrutar no solo de ser tenista, sino del orgullo de ser mujer, de que exclamen tu nombre: Gwen Sterry.

Y esa era yo, la que creció viendo como su madre rompía los moldes del género en el deporte, que demostró a aquellos que no tenían palabras buenas que dedicarle que ella podía.

Y esa era yo, la que llegó a jugar ocho veces en Wimbledon.

En el colegio, todos los niños siempre decían que querían ser como papá.  A las niñas ni si quieran nos preguntaban ¿qué sueños íbamos a tener? Pero mi hermano y yo teníamos en casa a una heroína, alguien que pensábamos que era capaz de hacerlo todo,  y no nos equivocábamos. Por eso, era un orgullo escuchar a Rex, el primogénito de nuestra familia, decir que no sabía si quería ser como papá o como mamá, porque los dos eran “los mejores del mundo”, como él se refería a ambos.  No parece un acto revolucionario, pero lo fue.

Cuando yo le decía a papá que yo quería ser como mamá, no me refería a ser una gran tenista, que también: me refería a ser una gran persona.

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