Sirenas

 

El mar y yo siempre hemos tenido una conexión especial. Yo solía vivir en un pueblo cerca de la costa cántabra, hasta que cuando era muy pequeña, tuve que irme a otra ciudad a empezar otro estilo de vida, en el que no veía la amplitud del mar cuando me asomaba a la ventana. Sentía que me ahogaba. Por eso, cuando volvía al pueblo, recuerdo correr todas las calles hacia la orilla, despojándome de todas mis prendas de abrigo, descalzándome sin importar en dónde acaban aquellas botas, sin notar que la arena quemaba… Allí estaba, como siempre, mi alivio: mi mar.

Aquel verano yo cumplía 10 años, y recuerdo que no paraba de decir que lo tenía que celebrar por todo lo alto, porque era “mi primera cifra doble”. Ahora, que mi hijo mayor tiene 9, recuerdo esa frase con mucho cariño.

Mis padres decidieron celebrarme una fiesta en la playa para compartir un rato con mis amigos del pueblo. Haríamos diferentes actividades, como buceo, surf y montar en kayak. La emoción que sentía aquel día vivirá siempre en mi memoria.

Mientras buceaba, alucinaba con el fondo marino: con los peces, con las algas, con la profundidad del mar… No me asustaba en lo más mínimo, me embelesaba, me sentía pequeña, pero a la vez la más grande y afortunada de las personas. Divisé, entonces, por debajo de mi cuerpo, a otra niña que nadaba en la misma dirección que yo, y entonces me alarmé. Nos advirtieron antes de comenzar a nadar que no nos podíamos sumergir tanto… Pero cuando volví a reparar en su figura, ya no estaba: solo quedaba la estela de su paso.

En aquel momento estaba convencida de que había visto una sirena.

Pasé años obsesionada, leyendo acerca de estos seres mitológicos protagonistas y antagonistas de centenares de historias marinas. Supongo que, con el tiempo, se me fue olvidando lo que pasó aquel verano.

Con las responsabilidad típicas de la edad adulta, estuve mucho tiempo sin volver al pueblo.  Tras varios años, cuando regresé ya tenía mi propia familia. Adriana, mi hija pequeña de por aquel entonces cuatro años, era muy distinta a Daniel, que tenía seis. Mientras que al último no le gustaba mucho la costa, a la pequeña la inmensidad del mar le llamaba (y aún le llama) la atención. Mientras papá y los abuelos jugaban a la pelota con el mayor, yo llevé al mar a la pequeña. Nadamos solo un rato, y pude fijarme (quizá sea instinto maternal) que desde que regresamos a la que solía ser mi casa, ella estaba más calla que de costumbre.

-Mamá, hoy he visto a una sirena. -me dijo-.

-¿Cómo? -pregunté, quizá algo acelerada-.

-Nadando debajo de nosotras. Tenía la cola de color rosa… -susurró-.

Sonreí.

Aquella noche, después de cenar, salí con Adriana a pasear por la costa. Ella no paraba de mirar hacia el horizonte, por si veía una cola.

-¿Venimos a ver a la sirena? -preguntó-.

-A ver si hay suerte. -sonreí, agarrando su mano-.

-¿Tú crees que las sirenas existan? -cuestionó de nuevo-.

-Sí, porque yo de pequeña vi una sirena también en esta playa. -respondí-.

-¡A lo mejor era la misma! -exclamó, emocionada-.

-Quizá sí, mi amor. O su hija, como tú y yo. -hablé-.

Adriana y yo pasamos un rato en la playa, tirando piedras al mar a ver si conseguíamos hacerlas rebotar en el agua. Después, nos marchamos a casa. Pero al día siguiente, después de desayunar, moví las cajas que tenía debajo de mi cama, donde ahora dormían mis dos hijos mientras estábamos de vacaciones. Allí estaban, libros, revistas, historias escritas por mí… De cuando estaba impresionada por mi creencia acerca de las sirenas.

Mi hija me regaló el mejor momento de aquel verano tan especial. Su interés, sus sueños, sus ganas de aprender, de investigar, de escribir historias sobre sirenas después de haber oído las mías… Su amor al mar. Amor que compartía conmigo. Sueños que yo tenía de niña viéndose reflejados en la versión más pura, pequeña, e inocente de mí.

No solo fue el mejor verano de mi vida, fue el mejor de la vida de mi hija: eso lo convierte en nuestro. Ella sueña con volver a ver a esa sirena, y yo anhelo seguir viéndola soñar con esa inocencia y perspicacia que me esforzaré en alimentar.

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